jueves, 23 de febrero de 2012

Lugares que no quiero compartir con nadie

Este es el original título del último libro de Elvira Lindo. Me cae simpática. La escucho en Asuntos Propios, RNE 1, los miércoles. He leído artículos suyos, tengo algún libro de Manolito Gafotas... Compré este libro equivocado, por propia culpa, esperando algo más literario, cuando se trata de una guía personal y excepcional de lugares de Nueva York. Elvira va recorriendo sus restaurantes y rincones favoritos y compartiéndolos [en clara contradicción con el título] con los lectores. Se debe, sin duda, a su naturaleza generosa.
El libro me parece escrito para ella misma, como un diario o una agenda del recuerdo. Podemos ir a sus bares y parques, pero son sus lugares y sus recuerdos. Le agradezco la revelación de esos rincones, pero el libro se me ha quedado ligero, inconsistente.
Me ha gustado leerlo porque escuchaba la voz aguda de Elvira en cada página, porque es como atender a la narración de un viaje por parte de un amigo. Elvira Lindo es un poco eso, la amiga, prima o hermana que nos gustaría tener: amena, que cuenta cosas interesantes, alegre... y sincera, porque rezuma anécdotas personales, casi íntimas, sin pomposidad ni falsa modestia.

sábado, 4 de febrero de 2012

Suite francesa

Hace poco comenté que estaba leyendo a nuevos autores franceses. Y lo que es "peor", me estaban haciendo disfrutar. Entre ellos no estaba Stendhal, Jacques Bonnet, Daniel Pennac... ni mencioné a Irène Némirovsky. Y es que Irene no es tan "nueva" ni tan francesa. De hecho, creo que nunca le concedieron la nacionalidad.
Su libro Suite Francesa me ha sorprendido. Está escrito con delicadeza, recoge un retrato esquisito de la naturaleza humana, pero sin criticarla. Nos pone en evidencia nuestra vileza aunque ésta se manifieste por circunstancias excepcionales como la guerra.
1940: ocupación alemana de Francia, armisticio. Gente normal, humilde y también poderosa, anónimos todos, recorren estas páginas con sus dudas y sus miedos. El éxodo, el hambre, el amor, la familia... la humanidad. La guerra en los pueblos se vivió de manera distinta a la de París, Tours o Annecy. Los franceses no son unos santos, nadie lo es, e Irene los retrató legándonos un testimonio fidedigno y duro de las vidas anónimas que sufren la guerra, los mismos que cargan con ella en cada país y cada época. No hay explosiones, políticos ni generales, sí la otra cara de la guerra, pero contada sin moralinas.
Es maravillosa la forma que tiene Irene Némirovsky de, a través de sus personajes, ponerse en el lugar del otro y no prejuzgar, de comprender, de aceptar.
Si a todo esto añadimos una prosa rica, sensorial –sus descripciones son también auditivas–, sosegada y libre de barroquismos, la lectura es un placer y la novela se convierte en un gran libro.