jueves, 11 de abril de 2013

El invierno del mundo, de Ken Follett

Acabo de terminar este ladrillo de novela. Me refiero tanto a lo físico, es un tomo pesado, como a lo literario, es una de sus peores novelas.
Vale que yo le veo los hilos de las marionetas, los engranajes del reloj -aunque no consigo copiar esa técnica tan efectiva-, pero creo que ha bajado su nivel al del best-seller ramplón y simple.
También acepto que hay algunas licencias y reglas para acceder al mayor número de lectores posibles, pero me parece que ha bajado la calidad incluso dentro del género. Es un libro que no engancha igual pese a tener episodios muy bien narrados y escenas magistralmente descritas. Por primera vez he tenido la impresión de ser un libro escrito por otros, los siempre desmentidos negros. Es sospechoso que se repitan determinados patrones.
Los personajes son estereotipos maniqueos. Los buenos son muy buenos, héroes, sin defectos. Se juegan la vida por los semejantes, son generosos, inteligentes, trabajadores, humildes, luchadores... perfectos hasta el vómito. Por la misma razón, no son creíbles. Eso cuando no llegan a producirme rechazo. Los malos son malísimos y no tienen virtudes. Pero no pasa nada, al final la justicia les cae a plomo, tarde o temprano, para tranquilidad de los lectores.
Las mujeres son todas igual de arquetípicas: bellas, generosas, heroínas que se dejan violar para salvar a una adolescente de este acto infame, por ejemplo. Como si ese gesto en la vida real hubiera servido de algo. Da igual que fueran chicas o mujeres acomodadas económicamente, incluso de clase alta. Se rebajan a fregar, socorrer heridos y mezclarse con trabajadores humildes, tan grande es su naturaleza. Lo peor de todo es que todas las protagonistas parecen ser la misma: Daisy, Maud, Clara, Zoya, Joanne... Se comportan igual, piensan igual, se sacrifican igual, tienen los mismos ideales...
El sexo es explícito y, a menudo, precipitado. Ken Follett afirma que en sus novelas tiene que haber una mujer fuerte y sexo, porque en la vida real lo hay. De acuerdo, pero creo que se pasa de rosca y se excede en sus propios planteamientos. Hasta de política satura.
Los héroes masculinos son igual de idealistas. Superan las adversidades y sobreviven a guerras, palizas y todo tipo de violencia. Su valentía es abrumadora, son todos guapos, altos y -aunque no lo dice- su grupo sanguíneo O-, puede que incluso tengan más de 6 litros de sangre en el cuerpo y sea más roja que la de nadie. Todos triunfan en sus objetivos personales y profesionales. ¡Qué suerte tienen! Ah, no, perdón, no se trata de suerte, es por méritos.
En fin, sigue siendo un libro eficaz, entretenido, con los ingredientes necesarios para mantener la atención, pero el talento del autor parece diluirse con la edad, como una sopa rebajada con agua del grifo.

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