domingo, 7 de abril de 2013

Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift

Parece que he tardado mucho en añadir una entrada a mi blog, pero ¿a quién le importa? No me lee nadie así que no he recibido peticiones de nuevas reseñas o comentarios. Bueno, sería injusto decir que nadie por esos cuatro incondicionales que me siguen quién sabe por qué.
Y sí, he estado leyendo todo este tiempo. Soy de esos que leen varios libros al mismo tiempo. No sólo alternando ensayo, poesía, manuales técnicos y narrativa, sino leyendo varias novelas a la vez. Sé que no soy el único (hace mucho tiempo lo pensé) y así he terminado un manual de técnica narrativa de Enrique Páez y este que comentaré a continuación. A punto estoy de acabar el último de Ken Follett y otro de Napoleon Hill. Y todo ello sin dejar de leer relatos, artículos, fragmentos, cuentos infantiles, sobrecitos de 8 gramos de azúcar de caña y prospectos de antibióticos. Todo lo que tiene letras imanta mis pupilas de manera enfermiza.
Creo que resumir un libro de sobra conocido es baladí. Dar mi opinión, presuntuoso y banal, pues a nadie le importa lo que los demás piensen, salvo que coincida con lo que uno cree. Pero como es mi blog y escribo para mí, para recordar mis lecturas y sensaciones, para ordenar mis impresiones y pensamientos, me perdono la subjetividad o el orden arbitrario del contenido.
Swift escribió este libro en 1726... y nada ha cambiado. Es conocida la historia del primer viaje, a Lilliput, sobre todo por sus adaptaciones a los cuentos infantiles. Pero Lemuel Gulliver hizo otros tres viajes.
Se puede leer todo el libro como un cuento infantil, aunque no tanto salvo que se simplifiquen algunas palabras y escenas. También se puede leer como una crítica social y política a la Inglaterra de su tiempo. E incluso como una censura a la naturaleza humana. Al gusto del consumidor.
En Lilliput Gulliver es un gigante sometido al monarca lilliputiense. Se trata de un gobierno absurdo, con algunas normas lógicas (como que el fraude es más grave que el robo y el abuso de confianza en lugar de atenuante del delito constituye un agravante). Consideraban el castigo un defecto del sistema legal. ¡Cuánto más eficaces son los premios! Idea moderna, ¿no? La ingratitud, un crimen capital. ¿Qué dirían de la envidia española? Dentro de su forma de pensar, el discrepar de cómo cortar un huevo les llevó a la guerra con Blefescu. Al final, los paradigmas perniciosos los tenemos hoy también y nadie sabe desde cuándo algo se hace de una determinada manera y lo diferente es peligroso y, por tanto, se prohíbe.
En el segundo viaje recala en Brobdingnag y allí Gulliver es el enano, también sometido. Ahora puede parecer más evidente, por una cuestión de tamaño. Pero tengo la sensación de que es de actitud pues también en Laputa y el país de los Houyhnhnms es un personaje sumiso y habla de sus "amos".
En Brobdingnag aprovecha sus conversaciones con el monarca para cuestionar el sistema educativo y parlamentario inglés del siglo XVIII, pero muy bien podría haber estado hablando de España hoy. Una frase que habla por sí sola: "se maravillaba de que un Estado pudiese, como un ciudadano corriente, gastar más de lo que ingresaba".
Laputa, Balnibarbi, Glubbdubdrib, Luggnagg y Japón. ¡Uf! Casi no puedo ni pronunciar estos destinos. Jaaa-pón. Continúa el tono filosófico y crítico del viaje, más heterogéneo. Los magos que le permiten hablar con los grandes personajes del pasado le permiten evidenciar a la historia como una manipulación de los hechos realizada por los cronistas (no en vano la escriben los vencedores de las guerras y los que tenían dinero para pagar a escribanos y escribientes). Los propios escritores reniegan de los que les han glosado.
En el país de los Houyhnhnms los hombres son los yahoos. Antropomórficos, pero más salvajes que los houyhnhnms, que son seres racionales. Que se trate de equinos es lo de menos. El hombre es primitivo, salvaje y sometido a los animales superiores: los caballos. Un país sin la palabra mentira, "la cosa que no era", donde todo es bucólico y perfecto. Se exalta la racionalidad como germen de la justicia, el equilibrio con la naturaleza y la ausencia de enfermedades, de maldad. Hasta la muerte constituye un mero trámite.
Critica despiadadamente, entre otras muchas, a los abogados ingleses y al hipócrita sistema jurídico. En realidad, saca a relucir el autor aquí su todo su arsenal misántropo. Ignoro si confiaba en que el ser humano podía cambiar y mejorar. Cada día que pasa yo estoy más convencido de que un individuo podría; la sociedad no.
"Piensan que una breve pausa silenciosa mejora la conversación de un grupo". ¡Qué inteligentes los Houyhnhnms!

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