miércoles, 20 de enero de 2016

En el café de la juventud perdida, de Patrick Modiano


El otro regalillo de los Reyes Magos, ¡qué graciosillos! Y también con un montón de páginas en blanco (le dará vergüenza al editor vender un libro más fino por ese precio). Espero que no me den nunca el Nobel o, sin tengo esa fortuna, sepa aceptarlo con el cinismo apropiado. Tranquilos, con los amigos que estoy haciendo en este blog no me dejarán entrar nunca en sus círculos.

Vale, está bien escrito. Lo que no es poco y valoro mucho. Agradezco leer cosas de calidad. Pero... sí, un pero, cómo no. Y es el siguiente: ¿escribir bien está reñido con contar historias? Cada día es más común leer buenas historias mal escritas y buenos libros que no cuentan nada, sólo páginas con digresiones del autor, malabares lingüísticos, exhibición literaria, florituras sin savia.

En esta novela me he aburrido. No por el esfuerzo que se le pide al lector, que participo del juego si hace falta, sino porque parece que escatima información de forma gratuita, que dosifica los datos esenciales (que los superficiales los riega a gusto), que quiere mantener intrigado al lector a base de posponer el misterio. Para luego decepcionar.

Y es que gastar dinero en libros y tiempo en lectura para recibir una historia intrascendente... De acuerdo, hay gustos para todo, esnobs que aplauden a los escritores del status quo hagan lo que hagan y sí, lectores que sinceramente disfrutan de estos libros. Cada uno busca algo diferente en sus lecturas. A mí me irrita ver la Literatura en manos de conventículos pseudoliterarios, como producto de consumo o a merced de autoridades sin autoridad y premios fatuos. O de autoridades fatuas y premios cuyo único valor es crematístico.

No me apetece ni realizar una sinopsis del libro (de hecho podría inventarme una porque lo de la contraportada me da la impresión de ser una interpretación de las varias posibles). Me han cansado las referencias toponímicas. Salvo que leyese con un plano de la mano era incapaz de ubicar las calles y cafés. Igual que en la novela "Domingos de agosto", este autor satura de nombres de calles, plazas y locales. Eso sí, apenas los describe. O da por hecho que el lector los conocerá de sobra o se lo pone de deberes.  O será la soberbia del autor, que no se molesta en pensar en el lector, o sólo piensa en lectores franceses...

Leo reseñas de distintas personas y no lo entiendo. O yo soy muy corto o no veo las citas, referencias, alusiones y muchos de los elementos que se repiten en cada uno. Ya digo, seré yo muy miope, no va a ser que todos (salvo un par) se copian y repiten la "nota de prensa" que alguien oficializó.

sábado, 16 de enero de 2016

Domingos de agosto, de Patrick Modiano


Los Reyes Magos me han traído un par de novelas de este autor. En cuanto me enteré de que había ganado el premio Nobel pensé en devolverlos, pero como son los Reyes...

En efecto, comencé a leerlo y lo quise dejar. Confuso, sin interés, gris como la lluvia de Niza en invierno. Di que, como es breve (sobre todo si le quitas el montón de páginas en blanco que mete la editorial para engordar el volumen) y era fin de año...

Sigo sin entender a los personajes que hacen cosas contra su voluntad y sin estar atados por una obligación o deber. ¿Tanto les cuesta decir no? ¿Rechazar una oferta? Ya sé que la vida puede sorprendernos con esta posibilidad, pero no deja de chirriarme.

Aquí, el narrador protagonista se encuentra en Niza, donde había llegado hacía tiempo, y lo recuerda, con Sylvia, huyendo con un diamante robado. Su encuentro con Villecourt le trae recuerdos. De Sylvia, del propio Villecourt y de dos personajes que les invitan a Sylvia y a él, pero que esconden algo. 

En fin, que parece una novela policiaca, sin serlo; romántica, sin serlo; nostálgica, sin lograrlo. Tampoco de misterio pese a la información que escatima y que el autor va dosificando. Nunca consiguió provocar mi curiosidad y sí el tedio.

No me gusta su estilo, todas las acotaciones del narrador son con "dijo", cede en el lector el rellenar demasiados huecos de la historia...

domingo, 10 de enero de 2016

Drácula, de Bram Stoker


He leído esta versión, traducida por Mario Montalbán y prologada por Rodrigo Fresán, aunque tengo la sensación de que no es la mejor. La he cotejado con la versión traducida por Vicente Molina Foix y prologada por Luis Alberto de Cuenca y me gusta más la segunda. Es más, en mi libro falta para del texto final, la nota final de J. Harker.

Poco se puede añadir al mito requeteconocido del vampiro. Si acaso que el Conde Drácula no sólo se puede transformar en murciélago, sino también en niebla. Y que el sol no lo desintegra, sino que le vuelve extremadamente débil.

Los que hayan leído la novela original sabrán que está redactado en base a cartas, anotaciones en el diario y grabaciones de los personajes. Sí, grabaciones en fonógrafo. Porque sorprende lo moderno de los conocimientos en una época que suponemos preindustrial y arcaica. Sin embargo, se tratan aspectos de psicología, patología, feminismo (Mina Harker nos parece muy independiente y autosuficiente para su tiempo), sociológica (refleja los distintos estamentos y el comportamiento esperado en cada uno de ellos, incluso el del propio conde, que no admite ser enterrado en un cementerio común, junto a los villanos), religioso (siempre presente), científico (realizan transfusiones de sangre, graban en fonógrafo...), etc.  Incluso utilizan la taquigrafía.

Sin que me parezca una novela sobresaliente en lo literario, es indiscutible su calidad, demostrada en su permanencia más allá del personaje. Hay aspectos de romanticismo, escenas góticas y todo lo mencionado en el párrafo anterior. El final (evitaré el spoiler) es el que parece algo breve y sencillo, después de tantas páginas de tensión y persecución.